La disforia de género, atrapada en discursos, no en cuerpos equivocados

La disforia de género, particularmente, en la infancia y adolescencia, está teniendo un crecimiento brutal en los últimos años, del orden de miles por cien. Dentro de este fenómeno destacan tres aspectos: su comienzo rápido, la mayor proporción de niñas y chicas que quieren ser niños y chicos, que al revés, y el sentimiento como autodiagnóstico. Gracias al activismo, las identidades transgénero han pasado de la marginalidad al centro del debate, trayendo visibilidad, reconocimiento y respeto para las personas trans. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. En realidad, el debate parece que solamente estuviera permitido a quienes afirman la identidad sentida como evidencia de su condición natural, innata y permanente, sin cuestionar nada so pena de acusación de transfobia. Sin dudar de que la identidad sentida sea una experiencia real, la cuestión es cómo se ha hecho real. Sin duda también, ciertos aspectos de la emergente disforia de género dan qué pensar como su comienzo rápido, la diferente ratio niñas/niños y el sentimiento como autodiagnóstico sin más que afirmarlo. Precisamente, después de la conminatoria práctica afirmativa como la única opción aceptable se está observando el fenómeno de los “arrepentidos”, destransicionistas, con generosos apoyos durante la transición (“héroes”) y abandonados ahora (“traidores”). Así, se plantean cuestiones como estas: ¿en qué medida la disforia de comienzo rápido está bajo influencia social?, ¿en qué medida las niñas aborrecen más ser niñas que en realidad querer ser niños?, ¿en qué medida el activismo trans se interesa más en su propio movimiento que en las personas concretas?, ¿en qué medida ser trans canaliza una variedad de otros problemas? y, en fin, ¿en qué medida la exploración psicológica es fundamental en vez de la afirmación? Aun cuando plantear estas cuestiones acarrea la acusación de transfobia, importa hacerlo.